jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

La personalidad histórica y la cultura marxista


La personalidad histórica y la cultura marxista

(Un comentario sobre “El marxismo en el umbral del Siglo XXI” de Fabelo Corzo)


El silogismo de Fabelo
Pericles le dijo a su pequeño hijo: “tú eres el hombre más poderoso del mundo, puesto que tú dominas a tu madre, tu madre me domina a mí, yo domino a Atenas, Atenas domina a Grecia y Grecia domina al mundo”.
El antiguo chascarrillo que ha llegado hasta nosotros sin duda que a fuerza de hacer trastabillar la imagen omnímoda de la personalidad histórica, lo reencontramos en versión solemne, y por lo tanto ridícula, cuando reaparece en un silogismo que Fabelo Corzo (1) nos ofrece en medio de una hojarasca de buenos modos y condescendencias secundarias, pero que, en su desnudez esencial, queda esquematizado así:  Stalin dominaba al PCUS, el PCUS dominaba al Komintern, el Komintern dominaba a los PC y los PC dominaban la cultura marxista planetaria.  Por lo tanto, llega la conclusión de Fabelo, Stalin, que “se preocupaba por eliminar moral y fisicamente toda posible oponencia” (sic) puso freno a todo debate y con ello detuvo el desarrollo del marxismo en el mundo.
Si en todo este galimatías, alguien espera encontrar en la redondez expresiva “eliminar moral y fisicamente” el asomo de algún talento siquiera literario, aquí va la desilusión: el dicho forma parte del arsenal trotskista.
Vean si no: “La flor y nata de la vanguardia había sido o estaba siendo liquidada física y/o moralmente…”  “La dominación de la burocracia significó el exterminio físico y moral de decenas de miles de militantes leninistas” (Jorge Altamira, Continuidad y Vigencia Histórica del Leninismo-Trotskismo, Política Obrera, marzo 1965).
Tampoco es original Fabelo en esto de plagiar al trotskismo bajo el rótulo de renovar el marxismo.
Gorbachov nos tiraba al pasar lo  de “Termidor Staliniano”, sin informarnos que de “Termidor Staliniano” - así dicho - hablaba Trotski.

Una carta de Engels
Dejemos por un instante estas tinieblas y veamos qué nos dice Engels respecto a la vinculación entre la personalidad y el desarrollo del pensamiento marxista en la sociedad, ya que, según Fabelo, el pulgar hacia abajo de Stalin fue suficiente para fulminar el progreso del pensamiento marxista en el mundo.
Engels  nos dice que el nacimiento y la existencia de la concepción materialista de la historia es independiente de la existencia y la acción de la persona de su creador –y de cualquier creador en particular- en tanto “Si bien es cierto que Marx descubrió la concepción materialista de la historia, Tierry, Mignet, Guizot y todos los historiadores ingleses hasta 1850 prueban que se tendía a ella, y el descubrimiento de la misma concepción por Morgan demuestran que los tiempos estaban maduros para ella y que debía ser descubierta” (Carta a Stakenburg 25/1/1894).
Si aceptamos esta reflexión de Engels , a saber, que la aparición -y por lo tanto también el desarrollo- del materialismo histórico depende de las condiciones generales de la sociedad y no de la singular (ergo, insustituible, providencial) intervención de ninguna personalidad, debería seguirse de ello que la evolución del marxismo durante el siglo XX no estuvo determinada como factor de última instancia por la participación de Stalin, cualquiera haya sido la calidad de esta participación, positiva o negativa.
Por lo tanto, si persistimos en aferrarnos a la lógica de Engels, las cosas deben pensarse exactamente al revés que Fabelo, para quien, por lo visto,  el desarrollo de la cultura marxista en el planeta dependía del perfil de la personalidad de un preciso individuo, Stalin.
Demos por sentado, hipotéticamente, que en el Siglo XX existían las condiciones para que madurara un determinado desarrollo del marxismo. Que los cambios operados en la base social, las tensiones creadas por dichos cambios, concretamente el ascenso revolucionario en condiciones históricas diferenciadas de las clásicas, hubiera exigido una respuesta teórica novedosa con base en el marxismo.
¿No nos indica el marxismo que, en la conciencia social, de un modo u otro, se habría generado la satisfacción de esa exigencia, que a través de una persona u otra, un grupo social u otro, se habría formulado una renovación teórica que expresara ese nuevo clima social?
Si –aceptemos el arbitrio- los comunistas del mundo “por orden de Stalin” hubieran desertado de esa misión de renovar el marxismo, ¿en esas condiciones de requerimiento histórico, otros no hubieran tomado la posta, y la historia, más temprano que tarde, habría seguido su rumbo progresivo de la mano de una nueva vanguardia?
Si esto no pasó y, de acuerdo a Engels, sí debería haber pasado, es falsa tal tesis de Fabelo, desde una mirada marxista: es falso que los comunistas, por sí o por orden de Stalin, se hayan constituído en el freno de tal desarrollo.
Si, en cambio, creemos con Fabelo que “disposiciones administrativas” de Stalin (¡un individuo! ¡dentro de una nación! ¡apelando a medios simplemente brutales!) fueron capaces de aquello que no fue capaz toda la burguesía y su dictadura de clase, a saber, detener el desarrollo del marxismo en todo el mundo, entonces entramos en el reino del absurdo.
De nuevo, la tesis de Fabelo se demuestra falsa.

Solipsismo y “modelo”
Por cierto Fabelo nunca se pregunta cuál es el origen del poder de Stalin, en qué clases sociales se apoya.
¡Extraño marxismo éste, que no hace análisis de clase!
Pero no es casual que Fabelo –conciente o inconcientemente- nos deje velado el origen de ese poder: si nos dijera que las bases de Stalin están en la alianza obrero-campesina, entonces los crímenes que le adjudica pasan a ser representativos de los obreros y campesinos.
Claro está, decir esto en nombre del marxismo sería algo excesivo hasta para Fabelo.
Si, como los trotskistas, dijera, en cambio, que Stalin representaba a la burocracia encabezada por el PCUS, Fabelo  debería concluir que, entonces, su querido XX Congreso no era más que una guarida de asesinos.
¿Qué es lo que hace Fabelo para salir de la encerrona?
Tampoco en esto es original:  sigue los pasos de Jruschov y le adjudica a Stalin, por acción u omisión del relato, una criminalidad personal y autosuficiente.
“El fenómeno Stalin” ése que es capaz hasta de frenar el desarrollo del marxismo en el mundo, entonces, ¿no tiene bases sociales?
Pero, ya se verá, ése no es un problema para Fabelo.
Si análisis de clase no hay, Fabelo nos ofrece ¿en reemplazo?,   el concepto de “modelo”, típico del centroizquierdismo bien de Siglo XX (el siglo XXI, marxista o no, sigue sin aparecer).
La URSS es un “modelo fracasado” de socialismo, dice Fabelo.
Puesto de esa manera, el “modelo” aparece como categoría suprema. ¿Es esto marxista?
“Modelo fracasado” quiere decir que el final -el “fracaso”- está ínsito en el origen -el “modelo”- que obra así como el efecto ineluctable de una falla genética. La idea de evolución, la del movimiento y su carácter contradictorio, las estructuras y superestructuras que agotan su vigencia y dan paso a su renovación, esto, nada menos que esto, queda de hecho de lado.
¿Por qué la Revolución Rusa tiene la vitalidad de sobreponerse a la traición de la burguesía y de los mencheviques (el “modelo” capitalista) a los errores del comunismo de izquierda, a Trotski, etc. (“modelo” de socialismo importado de Europa vía revolución mundial), pasa por los “modelos” del comunismo de guerra y la NEP, pero, décadas más tarde, carece ya de ímpetu para sacudirse el esclerosamiento burocrático, renovar en sentido ascendente, socialista, el conjunto de su organización?
Con la idea petrificante de “modelo”, puesta por encima del devenir, nos cerramos a la posibilidad de hacernos esas preguntas fundamentales.
El marxismo “como guía para el estudio” queda clausurado con semejante hilo conductor.
Pero si la idea de “modelo” es inútil para estudiar la historia viva, como entelequia sirve en cambio a la fantasmagoría de colocar a Stalin como el demiurgo del movimiento real.
“Modelo” implica al diseñador, y si Stalin –como afirma Fabelo- desparramaba ilimitadamente sus espantosos caprichos, esto habría sido posible por la sencilla razón de que sus circunstancias sociales no eran otra cosa que el “modelo fracasado” creado por él.
Es como si la URSS hubiera sido la consumación del solipsismo de Berkeley, lo único que existía allí era la subjetividad de Stalin.
Que Fabelo  no sea conciente de que estos desvaríos están implícitos en lo que dice no sería extraño, porque no constituyen -una vez más- originalidades suyas, sino que vienen rotuladas como “marxistas” por otrora prestigiosos sellos.
¿Qué otra cosa nos dice un Jruschov cuando en su informe al XX Congreso nos habla de “culto a la personalidad” y que tal “culto a la personalidad” fue obra de Stalin? (esto es algo así como decir que la culpa de que la gente crea en Dios la tiene Dios).
¿Qué tal nos hubiera enriquecido Marx, si en lugar de hablarnos de la religión como espíritu de un mundo privado de espíritu, sollozo de la criatura oprimida, etc., nos hubiera dicho que la religiosidad popular es el producto del arte de embustero que tiene el Papa?
¿Éste es el marxismo que nos aguarda en el Siglo XXI?
La religión nos dice que el mundo es algo esencialmente armónico y que su maravilloso orden demuestra la existencia de un creador.
La dialéctica, herética, nos habla de un mundo esencialmente contradictorio, en el que –son palabras de Hegel- la armonía nace del caos. Este mundo escurridizo a las directrices de los dioses, no es el escenario propicio para los Stalin de que nos habla Fabelo.
“No hay gran hombre para el ayuda de cámara” había dicho Napoleón, revelando la intimidad dubitativa del que es más conciente que nadie de que el gobernar no es impunemente un ejercicio caprichoso.
Pues bien, los grandes hombres no son dioses, pero los grandes hombres existen, y el marxismo no sólo no los niega, sino que los exalta como necesidad y producto histórico.
No son los hacedores de la historia, pero la historia, en la resolución de sus necesidades cruciales, no se hace sin ellos.
La pregunta que aparece pendiente es: Stalin,  el hombre que estuvo 29 años, no en una burbuja esotérica, sino al frente de la realidad viviente de la URSS, que no fue ni Dios ni Satán… ¿qué fue?
Volvamos a Engels: “El que tal o cual (gran) hombre y precisamente ese hombre, surja en un momento determinado en un país dado, es por supuesto puro accidente. Pero suprímaselo y se necesitará un sustituto, y éste será encontrado, bueno o malo, pero a la larga se lo encontrará. El hecho de que Napoleón, precisamente ese corso, fuera el dictador militar que la República francesa, agotada por su propia guerra, se había hecho necesario, fue un azar; pero si no hubiera existido Napoleón, otro habría ocupado su lugar, como lo demuestra el hecho de que siempre se encontró el hombre tan pronto como fue necesario: César, Augusto, Cronwell, etc..” (texto cit.).
Pues bien, si Stalin, “precisamente ese georgiano”, no era el gran hombre que la Revolución Rusa necesitaba a la muerte de Lenin, ¿cómo es que en 29 años no se encuentra su sustituto?
Esto, desde el punto de vista del marxismo, es insostenible.
Y sin embargo, esta idea insostenible -expresión de la desviación burocrática- fue sostenida por largas décadas en el movimiento comunista hasta el derrumbe de la URSS.

Interrogantes finales
¿Cómo se resuelve finalmente el contrasentido?
Siguiendo los pasos del trotskismo, que habla de “revolución degenerada”, un Gorbachov acaba por decir que la Revolución de Octubre fue “un error histórico” o un Fabelo –entre tantos- que aquéllo constituyó un “modelo fracasado de socialismo”; todos, en definitiva, para acompasar las cosas, degradan la Revolución Rusa a la altura de la degradada imagen de Stalin.
Claro, ninguno de estos individuos podría haber dicho estas cosas mirando a los ojos de los veteranos de Stalingrado que desfilaron en 2003. ¿No han apartado la vista a la bandera roja que se clavó en el Reichtag? ¿Por qué, en este país, al cumplirse los 60 años de aquellos inmortales acontecimientos, para poder ver publicadas esas fotos, hubo que comprar Clarín y no un periódico de izquierda?
¿Es serio “teorizar” dando la espalda a tamaños hechos históricos? ¿Es serio mantener tesis –omnipotencia y criminalidad de Stalin- que conducen irremediablemente al absurdo? ¿No es precisamente el absurdo un modo lógico de deducir la tesis contraria?
¿Es posible sostener una visión lógica de la sociedad actual y su devenir con semejante deformidad como interpretación histórica?
El bombardeo mediático ha naturalizado las mentiras más descabelladas. Esta repitencia cotidiana que va aumentando la dosis del culebrón conforme pasan las décadas, nos demuestra que esta cuestión, trasciende largamente la discusión “académica”.
Las clases dominantes han entendido desde siempre que la personalidad es un vehículo insoslayable de transmisión de ideología al movimiento real.
No defender las figuras de los líderes del socialismo equivale a no defender el socialismo.
No por casualidad el retroceso de la clase obrera en el mundo ha ido de la mano de esta claudicación.

(1); El marxismo en el umbral del Siglo XXI, es un artículo de Fabelo Corzo, comprendido en una serie de trabajos publicados bajo el título “El derrumbe del modelo eurosoviético: una visión desde Cuba”.



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