jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

Los caudillos federales ¿fueron nacionales?


Para una antología
del
odio argentino




Gustavo Gabriel Levene

(1975)


Nota introductoria

La semblanza de los principales caudillos federales -Artigas, López, Ramírez, Bustos, Carrera, Ibarra y Quiroga- que el libro recorre, tiene un efecto profundamente desmitificador, no sólo de estos caudillos, sino de la propia causa federal.
El conjunto del relato desarma los prejuicios que colocan al Interior como polo geográfico que encarnara, maniqueamente, el progreso, la afirmación soberana o el avance hacia un orden más justo, en oposición a un Buenos Aires negador de esos objetivos nacionales y sociales.
Paradójicamente, el supuesto rumbo unitario hacia la hegemonía porteña y la expoliación económica del interior se materializó incontrastablemente con Rosas, bajo la bandera federal, a través del monopolio del comercio exterior en exclusivo beneficio de la ciudad de Buenos Aires, su intermediación aduanera y el aplauso inglés por el ostensible trato preferencial recibido por sus comerciantes.
En cambio, el frustrado proyecto de Rivadavia, unitario, de la Constitución de 1826, buscaba claramente licuar la hegemonía bonaerense: nacionalizaba la ciudad de Buenos Aires y su aduana y disminuía el peso de la provincia de Buenos Aires al dividirla en dos provincias.
¿Por qué los caudillos rechazaban a Rivadavia y su proyecto y en cambio aceptaron a Rosas?
Es que la Constitución de Rivadavia también eliminaba las aduanas interiores, en las cuales cimentaban su poder lugareño y también terminaba con el caudillaje vitalicio al establecer un límite de tres años a los mandatos de los gobernadores.  Rosas garantizaba la pervivencia de estas rémoras feudales que anclaban al país en el atraso, particularmente el del interior, pero que aseguraban el poder de los caudillos.
Constituir la Nación era unificar su mercado interno, eliminando las aduanas interiores, estableciendo una unidad jurídica, institucional, a través de una Constitución; por eso, llamar “nacionales” a estos caudillos es un contrasentido.
Al aceptar a Rosas, los caudillos demostraron que lo que les molestaba de Buenos Aires no era la explotación del Interior por el monopolio del comercio, sino el mensaje civilizador de la democracia revolucionaria, que de allí provenía.
Al ser boleado el caballo de Paz y éste hecho prisionero, el país quedó totalmente en manos de los caudillos federales. No había ya la división que excusara más demora a la organización nacional. Sin embargo nunca como entonces estuvo más lejos la perspectiva de la unificación institucional. Allí los caudillos  demostraron que eran precisamente ellos quienes la obstaculizaban.
La función antinacional de este federalismo, anarquizando las fuerzas que se enfrentaban a España, puso seriamente en riesgo la propia lucha por la independencia.
No es extraño, entonces, que la lucha de San Martín y Belgrano por la Independencia Nacional estuviera teñida de conflictos con los caudillos federales.

San Martín – Proclama al iniciar la campaña al Perú:

El genio del mal os ha inspirado el delirio de la federación. Esta palabra está llena de muertes y no significa sino ruina y devastación. Yo apelo sobre esto a vuestra propia experiencia y os ruego que escuchéis con franqueza de ánimo la opinión de un general que os ama y que nada espera de vosotros. Yo tengo motivos para conocer vuestra situación, porque en los dos ejércitos en los que he mandado, me ha sido preciso averiguar el estado político de las provincias que dependían de mí. Pensar en establecer el gobierno federativo en un país casi desierto, lleno de celos y de antipatías locales, escaso de saber y de experiencia en los negocios públicos, desprovistos de rentas para hacer frente a los gastos del gobierno federal, fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no permiten infatuarse, ni aún con el placer efímero que causan siempre las ilusiones de la novedad”.


¿Tenían las provincias la capacidad de auto gobernarse con algún orden legal?
No era solamente San Martín quien respondía que no.

Lucio V. Mansilla (unitario): “Yo desafío al señor Diputado que diga si la provincia de Santa Fé tiene algún letrado”.
Galisteo: “Ninguno”.
Lucio V. Mansilla: “Yo digo más: la provincia de Entre Ríos tampoco ha tenido otro que un fraile de San Francisco; la Provincia de Misiones tampoco; la de Corrientes no tiene más letrado que el Dr. Cosio; y véase que en cuatro provincias no hay más que un letrado…Esto no cause escándalo, pero estos pueblos no se gobiernan bajo ningún sistema de gobierno, sino por la espada militar”.
Acosta (Corrientes): “No hay un poder judicial en la provincia de Corrientes…Dos alcaldes ordinarios son el poder judicial. Estos hombres sentencian sin audiencia de los reos; no hay un defensor para los reos, no hay un acusador público…Los alcaldes cuando más consultan la opinión de un clérigo; he visto firmadas por este clérigo sentencias de muerte de las cuales no hay más recurso que acudir a otro alcalde que se llama alcalde mayor, al cual aconseja el mismo clérigo que opinó al sentenciarse en primera instancia”.


El raquitismo económico que denuncia San Martín en los estados provinciales efectivamente se conectaba con la inoperancia de un orden legal y la desmesura de la figura del caudillo: en la provincia de Santa Fé la suma de la recaudación por todos los impuestos era de $13.000, mientras que el sueldo del Brigadier General Estanislao López era de $2500. Un quinto del presupuesto provincial se lo lleva el sueldo del caudillo, ascendido a la máxima jerarquía militar, sin estudios ni antecedentes que lo avalen. Los caudillos no lograron en general mayores distinciones en la guerra por la independencia, pero se otorgaban a sí mismos, invariablemente, el título de Brigadier General.

Es así que la guerra de la Independencia y la morosidad de nuestra organización nacional estuvo atravesada por una larga serie de extravíos localistas. Tal es una de las conclusiones a que nos lleva este libro: “Para una Antología…”, que con sus interpretaciones documentadas, señala el afán egoísta de protagonismo en la generalidad de las acciones de los caudillos, insensibles a la causa nacional.

La primera manifestación de que la causa local se superponía a la nacional  se dio en la Banda Oriental.



Batalla de San Lorenzo
Cabral ofrenda su vida para salvar la de San Martín.
Una de las claves de la liberación de la Banda Oriental del dominio colonial. El combate fue librado para impedir que los españoles surtieran de víveres a sus fuerzas sitiadas en Montevideo por los argentinos comandados por Rondeau.

Es el caso del federalismo de Artigas, el más estructurado y el único que busca superar los límites cerriles del caudillismo lugareño, no se podría deslindar su origen de la rivalidad económica entre Buenos Aires y Montevideo, que data de la Colonia y registra el esfuerzo de la oligarquía montevideana de independizarse de Buenos Aires. Como se verá, Artigas y el artiguismo participaron por momentos en la guerra de la Independencia pero, al hacer de Buenos Aires su enemigo principal, resultaron flagrantemente funcionales al bando español.
En 1810, todo el territorio de la Banda Oriental pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, y si bien la campaña uruguaya se sumó a la revolución, los españoles se atrincheraron en Montevideo,  donde Javier de Elio ejercía funciones de gobernador, y desde allí, hostigaban a Buenos Aires. La campaña uruguaya con  Artigas, junto con los porteños, lucharon por expulsarlos de esa ciudad.
Al buscar Elío la ayuda de los brasileños, la situación se tornó peligrosa para la revolución; peor aun cuando desde el norte, llegaban las noticias del desastre de Huaqui sufrido por el ejército revolucionario y del avance de los españoles. Además en Buenos Aires, la contrarrevolución acechaba con Martín de Álzaga, que estaba en con  nivencia tanto con los  portugueses como con el sanguinario virrey del Perú, José Manuel de          Goyeneche y cuando aún había que crear en la población de las provincias un espíritu revolucionario como pretendió hacerlo Belgrano.
Frente a estos  hechos, les pareció mejor a los revolucionarios pactar con Elío, para que éste frenara a los brasileños y, neutralizado así el frente oriental, dar todo el apoyo a las fuerzas armadas que operaban en el norte.
Artigas, que luchando en el Uruguay había vencido en Las Piedras a los españoles, y obtenido con ello gran prestigio, no aprobó ese pacto. Ofendido, abandonó la campaña uruguaya y se instaló en Entre Ríos con toda su gente.
El Éxodo Oriental inicia un cambio en la significación política y social de Artigas. Se recuesta en sectores populares, pero lo hace a la manera caudillista y extravía el objetivo liberador.
Después de un año, Buenos Aires reinicia la lucha en la Banda Oriental,  mandándole a Artigas dos regimientos, uno al frente de French y otro de Terrada con piezas de artillería, abundante munición, víveres y dinero. Sin embargo Artigas, en sus manifestaciones, disminuye la importancia de las tropas argentinas.
Desde Buenos Aires le ordenan suspender su ataque a los portugueses para dar prioridad a la mediación inglesa, que por sus propios intereses, estaba empeñada en que los portugueses no llegaran al Río de la Plata. Como consecuencia, en 1812, retiradas las tropas portuguesas, Buenos Aires reinicia el sitio de Montevideo.
Artigas colabora en la lucha. Empero, figura prestigiosa de la Banda Oriental, manda sus diputados a la Asamblea General Constituyente, reunida en Buenos Aires en 1813, con instrucciones imposibles de admitir por los porteños. Participarían de la Asamblea a condición del traslado de la capital a otro lugar que no fuera Buenos Aires y otros requerimientos programáticos que se imponían previamente al debate. Los diputados, no fueron admitidos.
Entonces, sorpresivamente, Artigas, que comandaba una de las alas del ejército patriota, abandona el sitio de Montevideo, debilitando las fuerzas atacantes al mando de Rondeau. No se trató de un único acto de defección: proveyó de víveres a la escuadra española derrotada por Brown y elaboró planes para atacar a los patriotas, en combinación con los españoles que defendían Montevideo.

Segundo Sitio de Montevideo
La victoria del Almirante Brown sobre la escuadra española
en el Río de la Plata completó el cerco de la ciudad

Abiertamente ya en contra de Buenos Aires, para aumentar sus recursos busca el apoyo del doctor Francia del  Paraguay, tan indiferente a la lucha por la Emancipación que nunca disparó un solo tiro contra los españoles, ni proveyó un solo soldado a los ejércitos libertadores.  Sin embargo, según Artigas, ellos dos eran víctimas del “miserable” gobierno de Buenos Aires.

Respondiendo con odio, desde Buenos Aires pedían su cabeza, pero él siguió avanzando imponiéndose también en Santa Fe y en parte de Corrientes. El fortalecimiento de Artigas generó en Buenos Aires un movimiento hacia la conciliación. Culminado el segundo sitio de Montevideo, con la derrota española, los porteños le entregaron la ciudad a Artigas, a pesar de que éste se había negado a participar de la batalla contra los españoles. Se sentían obligados a un acuerdo luego del triunfo de Rivera sobre Dorrego en la batalla de Guayabos, ya en estado de guerra civil entre artiguistas y el Directorio. Se trataba de cerrar un frente de lucha, ya que siempre operaba la prioridad de atender el enfrentamiento con España.
Artigas se transformó en el “Protector de los Pueblos Libres” y, separado de Buenos Aires, formó “La Liga Federal”, convocando a un Congreso que en primer lugar afirmaría la federalización del país, como si ella pudiera lograrse cuando aún se estaba luchando por la independencia. 
Artigas no comprendió -dice Levene sobre el levantamiento del primer sitio de Montevideo- que  “El panorama nacional de la contienda era lo que había determinado a Buenos Aires a buscar una pausa en el escenario de la Banda Oriental”;  que  “La Banda Oriental integraba un amplio frente de combate revolucionario, y eran los intereses de éste, en  su conjunto, los llamados a inspirar las decisiones.”      
Por estos intereses del conjunto, y a instancias particularmente de San Martín y Belgrano, se reunió en Tucumán  un Congreso Nacional en 1816, (cuando la de Buenos Aires era la única revolución sudamericana que no había sido dominada), para declarar ante el mundo la Independencia del país.  La Liga presidida por Artigas, no mandó representantes a Tucumán y formó su propio Congreso con las provincias que lo apoyaban.
Pero no paraban allí las cosas. La situación era planteada por el artiguismo en términos beligerantes.
En la Rioja un movimiento artiguista depone al gobernador y anula la representación riojana en el Congreso de Tucumán. Otro movimiento independizaba a Santiago del Estero de Tucumán. Es el propio Belgrano el que sofoca esta última intentona, que culmina con el fusilamiento de los insurrectos. “No soy de opinión de convidar a semejantes inícuos con la paz, sino de tomar medidas activas y eficaces para acabarlos, así lo he ejecutado con los de Santiago” le escribe Belgrano al gobernador de Córdoba, donde agrega que, de lo contrario, “no sería fácil destruir un fuego que nos hubiese acabado instantáneamente y que lo creo de acuerdo con los enemigos, pues se encendió después del desgraciado suceso de Yaví (derrota de Güemes ante los realistas)”.
Tres años después, el enfrentamiento no había cedido en su dureza.
Una carta de López, caudillo de Santa Fé,  a Ramírez, caudillo de Entre Ríos, del 26 de septiembre de 1819 dice: “… Una casualidad libró  a San Martín de caer en manos de los federales: a último momento tomó el camino de las carretas y guardias en lugar del de las postas…” 
El 13 de noviembre de 1819, López junto con Ramírez contestan una comunicación de Rondeau, Director Supremo, quien les hace llegar una proposición de San Martín para mediar en las disputas y evitar la  guerra, a la que contestan: “… que los servicios que el general San Martín aparenta querer prestar a la Patria los miramos como lazos tendidos a la inocencia para inmolar víctimas que deben asegurar el logro de sus infernales planes”.
Así es que Ramírez y López se enfrentaron con las tropas de Buenos Aires al mando de Rondeau. En pocos minutos la caballería de Ramírez derrota y dispersa las fuerzas de Rondeau. Es el 1° de febrero de 1820, en Cepeda. Ya no queda nada de lo nacional en el país institucional: se desploma el Congreso, la Constitución, el Directorio. Buenos Aires quedó reducida a una provincia más, con la que los caudillos firmaron el Tratado del Pilar.
En cuanto a la descalificación que estos caudillos hacían de San Martín, no se quedaba en meras palabras. Otra carta, ésta de López a Bustos, caudillo de Córdoba, del 28 de abril de 1820, documenta una agresión material a la campaña libertadora de Chile y Perú, a través del apoyo a José Miguel Carrera, caudillo chileno enfrentado bélicamente a San Martín y O’Higgins.
Dice la carta de López: “El ilustre pueblo de San Juan, conociendo que su existencia y libertad no puede permanecer sin compromisos, mientras Chile se halle dominado por la facción de Pueyrredón sostenida por San Martín y O’Higgins…hace una invitación generosa al Brigadier Carrera para que marche con su respetable División a tomar el mando de aquellas tropas para salvar a Chile…Nuestra seguridad es de hecho amenazada si aquel hermoso País no es libre de los traidores ligados y solemnemente decididos a vender la América. Convencido de este axioma y resuelto a perseguir los tiranos sobre cualquier punto en que se asilen, no he trepidado en franquear al distinguido Carrera los chilenos que se hallaban incorporados en las tropas de mi mando”.
Pero 1820, el año de la anarquía, no es tampoco el del triunfo de Artigas. En el Tratado del Pilar, Ramírez se asciende a gobernador de Entre Ríos, reduciendo la autoridad de Artigas  a la Banda Oriental.
Artigas comprobó, demasiado tarde para él, que esas provincias que acaudillaba no le eran tan adictas.  En 1820 sus fuerzas fueron destruidas por los brasileños en Tacuarembó y, en esas condiciones de minusvalía material, volvió a Entre Ríos.  Entonces,  Ramírez que había sido su lugarteniente y había luchado a sus órdenes, ya enseñoreado en Entre Ríos luego de Cepeda, no le reconoció jerarquía, luchó contra él y lo venció.     
Las fuerzas centrífugas del espíritu localista de los caudillos era el inestable fundamento que se volvía prontamente contra el propio federalismo como movimiento. A las luchas de López y Ramírez contra Buenos Aires, siguen la lucha de  Ramírez contra Artigas y luego la de López y Ramírez entre sí, tan impulsada por el odio, que el vencedor termina exhibiendo la cabeza cortada del vencido.
Los intereses lugareños de los caudillos se afirman en que la mayoría de ellos son dueños de grandes estancias. Sus peones, indios y gente marginal engrosan sus tropas, no tras la promesa de que se les pagaría con un pedazo de tierra, sino con lo que puedan llevarse en el pillaje. El efímero Reglamento Provisorio de Artigas no alcanza a disimular el vacío de una representación de la Campaña donde brilla por su ausencia algo esencial para el desarrollo democrático del país: el reparto equitativo de la tierra.
“Poco le debe a Artigas la independencia Argentina… Nada le debe a Artigas la solidaria independencia de la América española”, concluye  G.G. Levene.



































































































































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