jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

sábado, 13 de mayo de 2023

 

1943 – 2023: Ochenta años de peronismo

 Serie de videos y comentario

Presentación de las tres primeras partes


El peronismo justificó su presencia en la política argentina con tres consignas: soberanía política, independencia económica y justicia social. Gobernó cuarenta de los últimos ochenta años. Durante los otro cuarenta, condicionó con su presencia hegemónica a gobiernos civiles y militares de otro signo.

Luego de ochenta años de este protagonismo determinante, y apenas un comienzo de apariencia auspiciosa, ya desdibujado en el segundo gobierno de Perón, el país ha ido progresivamente arribando a este resultado: la soberanía política es el cogobierno con el FMI, la independencia económica es la de un país sometido a un capital extranjerizado que concentra el poder económico, y la justicia social se traduce en uno de los países más desiguales del planeta.

Recuerdos imprescindibles

Primera parte

El peronismo histórico como bonapartismo



La evaporación de sus tres banderas, no impidió a este movimiento conservar después de ochenta años la fidelidad de una cuantiosa representación política.

La resolución práctica de este terrible contrasentido parece sin embargo acercarse.


Recuerdos imprescindibles

Segunda parte

El peronismo actual como fraude a la democracia



La presente coyuntura electoral se inscribe plenamente en una crisis inédita, sistémica y global y exhibe, como nunca antes, un malestar popular que se traduce en desánimo, porque  no encuentra opciones políticas que lo canalicen en forma constructiva. El sentimiento mayoritario es el de votar el “mal menor” según cada sector social lo considera.

 

Recuerdos imprescindibles

Tercera parte

El ciclo económico, la demagogia social

y las renuncias de Cristina Kirchner



La imprescindible revisión crítica de la totalidad del arco político entra pues en sintonía con el ambiente social. El peronismo, en los hechos principal “partido del orden” desde que las fuerzas armadas dejaron de cumplir ese cometido, es lo que aborda con imágenes documentales esta serie de videos, cuyas tres primeras partes ponemos a consideración del lector. 

No tiene propósito electoral. No sería lógico pensar que las consideraciones históricas  que contiene o puede sugerir, puedan traducirse, sin más, en recetarios políticos del momento. 



Recuerdos imprescindibles
Primera parte

(subtitulado en inglés)



martes, 28 de septiembre de 2021

 

Destrucciones y pretextos

 

Por Luis Urrutia

 

Perplejidad inicial

 

La “huelga general hasta la caída del poder burgués” fue una ensoñación revolucionaria que ni los mismos anarquistas acometieron seriamente.

Tampoco, que sepamos, plantearon el paro hasta el fin de la gripe española, a pesar de que esa pandemia se cobró 50 millones de vidas, 207 millones a escala de la población actual, por lo tanto, 40 veces más importante, para la especie humana, que el covid 19.

Por supuesto, el mundo de los negocios silenció siempre la difusión de problemas sanitarios de este tipo, en aras de no entorpecer la normal marcha de sus actividades.

Intempestivamente, el poder mundial decretó ahora el confinamiento de la población, paro general por tiempo indeterminado que, por abarcar al globo terráqueo, no pasó jamás por la cabeza de ningún izquierdista. Las consecuencias fueron hasta catastróficas para infinidad de empresarios.

Y esto, se hizo a nombre de una abstracción: el peligro que habría representado un virus nuevo, peligro hipotético, puesto que el confinamiento mundial sucedió sin que en ninguna parte, la “pandemia” hubiera estragado a la población.

Cuando se toma real distancia del mensaje mediático, aflora una sensación de irrealidad que sugiere investigar qué es lo que ocurre verdaderamente.

 

El mundo de la desproporción

 

Esta es una guerra sucia que nosotros no buscamos”, dijeron los militares, aludiendo a una confrontación entre mil insurgentes fragmentados por la clandestinidad y doscientos mil efectivos de las fuerzas armadas.  

A nombre de esta “guerra” se destituyó el orden constitucional y la garantía de la vida.

La fuerza de las armas custodió así la  conversión de la Argentina en un país de emigración. Millones de trabajadores y sus descendientes fueron lanzados a la marginalidad. 

 

La destrucción de dos edificios, las Torres gemelas, exhibida mediáticamente millones de veces, “justificó” la demolición de países enteros: Irak, Siria, Libia, Afganistán, bajo el concepto de guerra preventiva. 

 

La desproporción comprobable entre la destrucción y su pretexto volvió a darse ahora.

Se enclaustró a la población provocando a nivel mundial un trascendente destrozo de vidas, bienes y valores que no guarda relación con el móvil invocado.

 

La mortalidad por millón en países que no confinaron a su población, caso Japón, Suecia, Uruguay, Nicaragua, Corea del Sur, etc., demuestra que las llamadas cuarentenas no disminuyeron, sino que aumentaron la mortalidad por covid 19. 

 



Vemos entonces con claridad que la peligrosidad del covid 19 no representó nunca una variación dramática de la mortalidad general. El sólo hecho de que las vacunas, esto es, la simple activación del sistema inmune, fuera suficiente para neutralizar el virus, desmiente el temor difundido de estar frente a una peste indetenible.

Aún sin esas vacunas, la pandemia de covid, como todas las epidemias, finalizaría su ciclo.

No podría decirse que los confinamientos ocurrieron porque, de improviso, una potenciación del “valor de la vida” llevó a la sociedad mundial a un esmerarse en la prevención de la enfermedad.

Por año mueren habitualmente unas 60 millones de personas... “y el mundo sigue andando.”

En el lapso de poco más de año y medio, la cotidianeidad aceptada se llevó la vida de unas 100 millones de personas.

¿Cómo es posible que, en el entretanto, el mundo se haya subvertido, pero no por los 100 millones de siempre, sino por un orden de 5 millones de fallecidos por covid 19?

Hay demasiadas muertes evitables en esos 100 millones de siempre, como para pensar que el poder mundial haya sido ganado ahora por la consigna “ni una vida menos”.

 

Está por verse, además, que el covid haya subido la mortalidad general:

Primero porque la presencia del covid 19 desplaza a otras enfermedades, la gripe, por ejemplo.  

Segundo, porque son muchos los casos en que otra enfermedad de fondo y, no el covid, fue la determinante del fallecimiento. 

 

En cambio, sí es seguro que la mortalidad general  habrá subido a causa de los confinamientos de la población y la ausencia de medicina programada.

Se ha pronosticado el arrecio de los infartos cardíacos y el cáncer, por ejemplo.

 

Se creó el sentimiento de una hecatombe sanitaria que a la postre no existió.  

No fue un error de previsión.  

Encuestas serológicas a cargo de científicos de primer nivel determinaron desde un comienzo que la letalidad del virus era demasiado baja como para que sucediera algo así. 

 

¿Por qué, entonces, el enclaustramiento mundial de la población?  

En ausencia del móvil sanitario, el motivo de tan grave medida se debe buscar en la lógica capitalista que guía a ese poder mundial.

 

Y se encuentra enseguida que lo que se buscó fue lo que se obtuvo: una destrucción económica que pretende, aunque suene paradójico, resolver la crisis en la que está inmerso el capitalismo. 

 

Destruir para curar… ¿a quién?

 

La raíz de las crisis económicas capitalistas es la superproducción de bienes y servicios.

El paro económico es, a la vez, resultado y solución de la crisis porque, al detenerse la producción por falta de demanda solvente, se eliminan los sobreabundantes stocks de bienes y las empresas sobrantes. Todo, además, con un gran deterioro de las condiciones de vida de las masas laboriosas.

El mismo efecto, aunque más acelerado y masivo, se obtiene con el paro económico implícito en los confinamientos. 

 

El poder mundial apeló, entonces, a esos confinamientos, para acelerar la resolución de la crisis, al tiempo de hacer de la pandemia el chivo expiatorio de los espasmos destructivos del sistema y evitar así las complicaciones políticas derivadas de un vuelco anticapitalista en el sentimiento popular.

 

No hay que asombrarse.  

Las “recetas equivocadas” del neoliberalismo, premeditadamente recesivas, también buscan, como el confinamiento, provocar o ahondar una crisis.  

 

Es más. Tales “recetas equivocadas” no nacieron tampoco en estos tiempos del FMI.  

 

Se dice que la Reserva Federal ahondó la crisis de 1929 al elevar en lugar de rebajar las tasas de interés.  

¿Error? Imposible. Desde los tiempos de Adam Smith, el conocimiento de las variables económicas hizo previsible el efecto de esas medidas.  

Más atrás todavía, la renegociación de la deuda argentina con la quiebra de la Baring Brothers en 1890, incluyó condicionamientos monetarios al estilo neoliberal.  

 

¿Por qué estas recetas?

Ya está dicho:

¿Sobran mercaderías? Párese la producción.

¿Sobra producción? Elimínense empresas sobrantes.

¿Sobran capitales? Lícuese el excedente.

Todo eso se consigue con las “recetas equivocadas” y ahora, con el enclaustramiento “sanitario”.  

 

¿Qué fuerza social las impulsa?

El sector más poderoso del capitalismo, el que se apropiará de la concentración económica resultante, el que dispondrá de un mercado en menos manos, de salarios rebajados por la desocupación, de la renta adicional que le aportará una tecnología aplicable en mayores escalas de producción.  

 

La directiva viene de más arriba todavía, del capital financiero, cuya usura y especulación se potencia en las economías y Estados en dificultades, 

 

Una mirada cotidiana del absurdo sanitario 

 

Con 10 personas infectadas de sar-cov-2 y ningún muerto, el Presidente dictó el confinamiento de la población en todo el país, incluido el desierto patagónico. Había que preservar a los 45 millones de argentinos de contagiarse del puñadito de infectados detectados en la Capital.  

Prefiero una fábrica parada a una fábrica con los obreros muertos”, dramatizó el Presidente.

 

Fue entonces que el portero de un edificio, aquí en Buenos Aires, fue enviado a su casa por tener 60 años cumplidos.

El consorcio del edificio debió contratar otro portero y asumir el pago de dos sueldos, en lugar del habitual de uno. 

En un edificio de departamentos de uno y dos ambientes, es una amplia mayoría de trabajadores la que paga las expensas.

Todos encerrados.

Pasaron los meses, aumentó la mora en el pago de las expensas.

El consorcio, con más gastos y menos ingresos, comenzó a financiarse con el no pago de servicios y cargas sociales.  

Finalmente, lo previsible, empezó a atrasarse también con los sueldos de los porteros y allí debieron acordar con el portero licenciado, que volviera a trabajar.

 

El mismo hombre que no debía exponerse al contagio del puñadito de infectados, ahora sí debía venir al trabajo, cuando los casos sumaban millones, los muertos acumulados 60.000  y los muertos diarios se contaban por cientos. 

 

No se necesitaría ser Albert Einstein o Napoleón para entender que la estrategia de confinar a la población “para enfrentar la pandemia” fue la de un verdadero Estado Mayor de la Derrota.

 

En lugar de disponer un cerco que aislara al virus, encerrando a los enfermos, encerraron a los sanos.  

 

Así, pusieron al virus a cercar a la sociedad. 

 

La población, caída en un verdadero estado de hipnosis, no advirtió el dislate.  

 

No se debió la parálisis de la percepción colectiva solamente al terror esparcido por la acción mediática, cuya metódica omnipresencia en el curso de más de un año y medio no registra antecedentes en la historia.  

Periodistas y políticos han actuado respaldados por científicos y es así que el prestigio de la ciencia ha jugado un papel anonadante del sentido común popular. 

 

¿La ciencia? ¿Cómo ese templo de la verdad avalaría el monstruoso artilugio de hacer pasar por medida sanitaria lo que no es más que una directa y contundente agresión a la vida, bienes y hacienda de las mayorías populares? 

 

Sin embargo:  

 

¿Estamos seguros de que la ciencia está invariablemente a nuestro servicio?  

¿Qué su norte es siempre el bien de la humanidad toda?  

¿Cuáles son las verdades que busca la ciencia?  

¿A quiénes benefician los hallazgos de esas verdades?

 

La primera ocupación de la ciencia, lo dicen los volúmenes de los presupuestos militares, es la que sirve a la guerra.

Así lo exigen las políticas imperiales.  

 

¿Amenazarían el planeta las muchas miles de bombas atómicas montadas en poderosos misiles sin los científicos correspondientes que las inventaron y diseñaron?  

La extraordinaria gama de sutiles armas y armas inteligentes con que el imperialismo chantajea a los pueblos ¿no han sido creadas por científicos? 

No, la ciencia no está per se “al servicio de todos”.

Hay una moral media de los científicos severamente limitada en cuanto a resguardar una finalidad social para su trascendente actividad. 

 

A la ciencia que alimenta el arte de curar no le va mucho mejor.

 

Si Vd. es hipertenso, no lo curarán de la hipertensión: le recetarán antihipertensivos que deberá tomar hasta el último día de su vida.  

Lo mismo le ocurrirá con el colesterol, la prostatitis, el asma, el sida, etc.  

 

El desarrollo farmacológico apunta a contener las enfermedades, pero no a curarlas, convirtiendo a los pacientes en clientes vitalicios de los laboratorios.

Esa es la finalidad última a la que sirve la moral media de los científicos de la farmacología. 

 

La ciencia económica en uso parte del axioma de que la sociedad humana es o debe ser la capitalista.

Naturaliza las leyes económicas del capitalismo y sus privilegios de clase.  

Esa ciencia económica, y la moral media de sus economistas, por lo tanto, en su finalidad última, están al servicio de la concentración económica y los aumentos de la desigualdad y la exclusión social. 

 

Las ciencias sociales se desarrollan en igual sentido.  

 

La Historia se interpreta en forma de ilustrar las ideologías dominantes actuales.  

Fomenta la pasividad social y el elitismo a través de la exaltación de los próceres como verdaderos demiurgos del acontecer histórico, opacando el hecho colectivo, en particular la acción de las masas populares.  

Oculta además los conflictos históricos suscitados alrededor de las relaciones de propiedad, cuya memoria pondría en cuestión la distribución de la propiedad en el presente, en el caso argentino, la propiedad latifundista de la tierra.  

Esto refleja cuál es la moral media de los historiadores. 

 

La sociología se ha desarrollado no para facilitar la convivencia o una mayor armonía social, sino para la mejor manipulación de la subjetividad mayoritaria, tanto en lo laboral como en lo comercial y lo político, y ahí tenemos la moral media de los sociólogos y expertos afines o complementarios. 

 

La pedagogía no está simplemente al servicio de la adquisición de conocimientos.

Es históricamente un arma de disciplinamiento social.  

Con la última tendencia capitalista a marginar crecientes masas de población, vinieron reformas pedagógicas que deterioraron el nivel educativo, facilitando la exclusión social de masas.  

A todo eso se ajusta la moral media de los pedagogos. 

 

Y si nos referimos a la salud pública, el sanitarismo no ha hecho más que otorgarle pátina científica a la densa corrupción e irracionalidad que ha significado el empleo de la empresa privada en la atención pública o social de la salud. 

 

El estado de la ciencia de la salud pública se simboliza en el suicidio del Dr. Favaloro, que vio cómo se hundía su Fundación por estar al margen del sistema de coimas que acompaña a las contrataciones para las obras sociales.  

El caso es que esas contrataciones, más o menos viciosas, nunca dejan de estar refrendadas por profesionales médicos del sanitarismo.  

 

La corrupción en salud no es sólo robo, también es crimen, y ahí tenemos la clase de garantías morales que se nos ofrecen, como para confiar ciegamente en los custodios científicos de la salud pública. 

 

Un envío de la Johns Hopkins University, que mantiene un sitio de información estadística sobre el coronavirus, nos dice que, “al menos en los EEUU”, “la confianza en la ciencia se ha erosionado dramáticamente”. Pretende que el fallo es de carácter comunicacional y no alude a la calidad del rigor científico, que no puede separarse de la moral de quienes hacen ciencia.  

 

Así que su lema es publicitario: Be first, be right, be credible.

 

La finalidad es la última: ser creíble, expresión de moda que se usa en reemplazo de “ser honesto”, “ser veraz”, etc.  

El fraude se hace patente en su extremo: se procuró la credibilidad bajo el lema de “miente, miente, que algo quedará” con éxito que hizo una gran escuela. Y que trascendió al episodio nazi y siguió vigente, por qué no, hasta nuestros días.

 

“Ser creíble”, la novedad lingüística, es ejemplo de un modo dominante de transitar la vida, que hace culto a la apariencia, a la “imagen”, a tono con la sociedad mercantil, que incrusta una vidriera en el alma de cada uno de sus habitantes.

 

¿“Existir es ser percibido”?


El ser o no ser de Hamlet ha quedado atrás. 

¿Iremos a rescatarlo? 

 

 

viernes, 10 de septiembre de 2021

Shakespeare en la Unión Soviética

                                          Por Luis Urrutia


 Agregamos en nuestra página “Gran Cine Clásico” el film de Grigori Kozintsev “Hamlet”, producido en 1964. Este director ya había ganado fama en Occidente por su producción de El Quijote, considerada por muchos la mejor versión cinematográfica de la obra de Cervantes. Logró igual repercusión mundial con esta traslación de Shakespeare al cine.

 Dice el comentarista español Rubén Redondo:

 “Puro cine. Eso es el Hamlet de Kozintsev. Nunca antes un director había captado la esencia cinematográfica del clásico literario...Resulta increíble que con estos mimbres la obra de Kozintsev sea quizás el Hamlet menos visto. Y es que (Sir Lawrence) Olivier afirmó cuando vio el resultado del film que  éste era la mejor obra cinematográfica jamás realizada de un texto de William Shakespeare... Harán falta muchos años de  cine para poder igualar en belleza y calidad artística la cumbre de la cinematografía de «Sir» Grigori Kozintsev: Hamlet.” (1)

 Sin entrar en este género de comparaciones, la crítica ha encomiado desde diversos enfoques la plenitud estética de esta realización y se obligó a veces a reflexionar sobre las condiciones de libertad artística que presuponen estos resultados. La belleza, sea en su creación o en su percepción, es una expresión del sentido de libertad que anima en el espíritu humano, y por eso la frondosa producción de arte y ciencia que caracterizó a la URSS,  quedó sumergida en una neblina de misterio indescifrable: ¿cómo hace un "pais de espíritu aherrojado" para generar los científicos y los artistas que convierten vertiginosamente un país atrasado en una superpotencia?

 El contrasentido vuelve interesante indagar sobre las condiciones sociales que elevaron en la URSS la interpretación de Shakespeare hasta las cimas de esta versión de Hamlet, y la de El rey Lear, también rescatada en la colección de cine de este blog.

 Kozintsev fue un hombre de la Revolución Rusa. En 1920 fundó la FEKS, un grupo de vanguardia artística conocida como “Fábrica del actor excéntrico”, dedicado al arte experimental. Incursionaron en ella importantes artistas, entre ellos el célebre Serguei Einsestein. Sus películas no lograron la adhesión del gran público, pero influyeron en la manera de hacer cine soviético, cuya producción de imagen, su modo de filmar se adelantó al mundo entero. Aquí tenemos un ejemplo no menor de cómo el pensamiento crítico, la transgresión de convenciones arraigadas, tuvo en “el país sin libertad” su canalización e impulsó el progreso cultural en medio de una transformación radical de los fundamentos sociales.

La estética desarrollada en el cine mudo sufrió en la URSS, como en todas partes, una disrupción con la introducción del cine sonoro en 1932. Es notable como el mismísimo Chaplin resistió el cambio, y todavía en 1936 filmó Tiempos Modernos con el formato del cine mudo. No era sólo la introducción de la palabra: parece ser que las cámaras del cine sonoro eran muy pesadas, condicionando el modo de filmar. Naturalmente, esto debió opacar el movimiento ruso generado alrededor del cine mudo, que tributaba a la imagen, pero tratándose de la década del 30, no faltó quien atribuya el paréntesis frustrante a “la mordaza stalinista”.

Fue el tiempo de los célebres planes quinquenales, un extraordinario momento en que los corporizados sueños de la construcción exuberante, convivían con la suprema tensión de los preludios de la guerra. Terminaron años de especulaciones cuando, en junio de 1941 la URSS fue finalmente invadida por la Alemania de Hitler. Una decena de años atrás, en 1931, aunque en enero, Stalin había arengado a los dirigentes industriales: “O nos industrializamos o nos aplastan. Tenemos a lo sumo diez años de tiempo para realizarlo”. La precisión del vaticinio llama ciertamente más a la admiración por el estadista que al corriente diagnóstico de paranoia que instaló una repitencia mediática que abarcó generaciones enteras. Nos interesan, sin embargo, los liderazgos como resultado social, ya que no podía ser Stalin un gurú solitario que, desde un libre albedrío personal, inyectara mágicamente sus visiones en la sociedad. Su diagnóstico y consigna vibraban junto al presentimiento colectivo de una guerra que pondría en juego todo el porvenir y hasta la sobrevivencia misma. Los negros nubarrones que anunciaban el mal absoluto se espesaron: Hitler había ascendido al poder en 1933 y en Alemania se construía afiebradamente la mayor maquinaria bélica de su tiempo y la militarización impar del alma ciudadana. No era esto una abstracción para el pueblo soviético. De los padecimientos de la guerra habían nacido los soviet y la revolución. De la invasión de 14 países que quiso aniquilar la revolución pacifista sentía lo que podía aguardar de los designios ínsitos en el imperialismo.

Podemos así poner en contexto esos años en que el culto soviético de Shakespeare tomó cuerpo. “No hay teatro de campaña ni teatro de sindicato que no lo haya representado muchas veces. Y es que el espectador soviético no sólo ha aprendido a desentrañar en Shakespeare la profunda lección estética y social que nuestra crítica ha contribuido a elaborar sino que el tono mayor de las piezas de Shakespeare está al diapasón de la vida soviética.” “Héroes de Shakespeare y héroes de los planes quinquenales podían, en efecto, a través del abismo de los siglos y de las clases, tratarse de igual a igual por la fuerza de la vida, la exuberancia creadora, el impulso ardoroso que los lleva a la lucha.”. Así glosa un testimonio y lo interpreta Aníbal Ponce, (2) que había viajado a la URSS en 1935, encontrándose con una efervescencia de la cultura en sintonía con los cambios revolucionarios que representaba la concreción de los planes quinquenales, y no el aplacamiento que debería suponerse en una sociedad civil tiranizada por la persecución metódica del pensamiento crítico. 

Los planes quinquenales tenían, sin embargo, un significado doble: pacífico y guerrero. Preparaban para una nueva concordia social, pero también, y sobre todo, para una violencia potenciada: “o nos industrializamos o nos aplastan”. Era la virtud guerrera que Hegel ponía en el Amo, y que ahora era asumida por el Esclavo, era el espíritu de aventura de las guerras de conquista y del emprendedurismo de la burguesía, que se trasladaba a nuevas manos aristocráticas, de origen obrero; eran la ruptura, por fin, de la vieja unidad dialéctica de opresores y oprimidos, trasmutada en la antinomia burocracia y democracia.

La generalidad de las descripciones de la década del 30 soviética están viciadas por una falacia esencial: omiten la certera amenaza del ataque exterior, nada menos que la descontada invasión de Hitler, en alianza con la quinta columna rusa, cuyo descubrimiento generó una suerte de pánico social, desestabilizó la normalidad institucional soviética, y desembocó en la anarquía de una represion balcanizada que terminó con la conspiración, pero se cobró una importante cantidad de víctimas inocentes. 

El hecho desnudó las grietas burocráticas del poder soviético, y sus nefastas potencialidades, pero no instituyó en su línea directriz la criminalización del pensamiento distinto.  La libertad de conciencia siguió garantizada y la creatividad soviética siguió expandiéndose al punto de que su diseño armamentístico, ya en el curso de la guerra, superaba a la misma tecnología bélica alemana, y en la posguerra, a la norteamericana.

La épica del despertar del genio social y la elevación moral en sinergia con la tragedia de la muerte hasta por error, todo eso acercaba al teatro de Shakespeare.

Nación agredida y no agresora, la guerra no degradó sino que sublimó al pueblo de la URSS. Según se estima, hasta 27 millones de soviéticos habrían perecido en la contienda, mientras que Alemania tuvo 8 millones de muertos. Siendo la URSS la vencedora, no hay duda respecto a quiénes, y en qué gigantescas proporciones, fueron los que ejecutaban prisioneros y masacraban a la población civil.

 Y aquí viene un hecho sobre el que nunca se hablará mientras viajemos en el tobogán de la decadencia social.

La victoria de la URSS fue completa y la Alemania ocupada debió firmar la rendición incondicional. El ocupante era el Ejército Rojo, una multitud armada que debió experimentar la pulsión de vengar la muerte de sus familiares, amigos y vecinos. Sin embargo, respetó la vida del pueblo vencido. Cuando marchaban sobre Berlín, con la victoria ya segura, Stalin les había dicho: “no olvidéis que los Hitler vienen y van, pero el pueblo aleman queda.” Hablaba, sí, con la fuerza moral del que comparte la suerte de su pueblo, porque los nazis le habían asesinado el hijo, prisionero. Pero qué débil hubiera sonado su voz, si los oídos del pueblo en armas no hubieran sido receptivos.

¿Alguna vez la violencia y el perdón alcanzaron juntos estas alturas en la historia humana?

Pasaron unos pocos años, y obtenida el arma atómica y el poderío misilístico,  la URSS logró por fin ponerse a salvo de los horrores de la guerra. La meta de origen de la Revolución, la paz, era un territorio tangible, transitado. El peligro supremo ya no alimentaba su motor espiritual. La proximidad del infierno, que provocaba el asalto al cielo, ya no estaba. El conjunto de las condiciones de la vida nunca estuvieron socializadas como para llevar la sociedad al socialismo. Ha sido la totalización negativa de la vida, la muerte   prometida por las hecatombes capitalistas, lo que llevó a rescatar el sentimiento de comunidad heredado de las sociedades primitivas. Al ceder el impulso revolucionario en la base social, los nuevos dirigentes fueron cada vez más simpáticos al capitalismo. El año 1956 aparece como el hito que comienza la nueva etapa. Por un lado, la supremacía de la tecnología bélica de la URSS se evidenció cuando bastó la advertencia de que emplearía las "modernas armas de destrucción", para que la invasión anglo-francesa del Canal de Suez finalizara de inmediato. (3) Por el otro, el Informe Secreto de Jruschov al XX Congreso, publicado en primicia por el New York Times apenas 10 días después, inauguró la hegemonía del burocratismo que terminaría destruyendo la experiencia socialista.

¿Habremos dado con una de las claves de la decadencia de la URSS? Lo dicho no agotará la multicausalidad del fenómeno. Baste decir que la caída de la URSS es sólo un capítulo de un hecho más general, y que es el retroceso de las posiciones obreras en todo el mundo, lo que excede el marco de una fenomenología que gire alrededor de lo bélico, y debe inscribirse en los profundos cambios habidos en la manera de producir y consumir, en el curso de los últimos cien años. Sin embargo, en la especificidad soviética de esta historia, la centralidad de la guerra y sus implicancias existenciales, aparentan reflejar una de las condiciones determinantes de su ser o no ser.

Y así es que, según aquí parece, no ha sido puro azar que esta admirada versión de Hamlet  provenga, precisamente, de aquel invencible país de los soviet.  




 

Hamlet: Grigori Kozintsev - Innokenti Smoktunovsky







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"Hamlet" de Grigori Kozintsev puede verse en este blog en la Página titulada "Gran Cine Clásico" (Columna derecha, arriba: Temario)

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1.- Cine Maldito: https://www.cinemaldito.com/hamlet-grigori-kozintsev/

2.- Anibal Ponce: De Erasmo a Romain Rolland 

3.- https://actualidad.rt.com/actualidad/view/101953-humanidad-tercera-guerra-urss-eeuu